Pasado, presente, futuro. Tres caminos: una vida.

domingo, 21 de julio de 2013

1.01 - Johanna

    Johanna abrió los ojos y lo primero que vio fue su piano. De un negro desteñido y con marcas del paso del tiempo, se erguía frente a su cama, silencioso e imponente. Dejó que sus ojos disfrutaran aquella visión atemporal y se preguntó cuántas manos habrían pasado por aquellas teclas, cuántas ilusiones habrían rodado por aquellos bemoles y sostenidos.
Sumergida en tales pensamientos, se sentó frente al instrumento y sus manos se apoderaron del timón. Ensayó unas obras fáciles y luego se dejó llevar por el último movimiento del Concierto en Sol Menor para piano de Bach. Estaba en el último compás cuando descubrió que su padre la observaba desde la puerta entreabierta.
-Seguís teniendo ese toque maravilloso- le dijo, sonriente.
-Sólo con Johann- replicó, devolviéndole la sonrisa-. Es mi favorito.
-Si no lo sabré yo...
Permaneció en silencio mientras se sumergía en su mirada. Su padre era una persona muy amena y transparente, pero en momentos como aquel, Johanna sospechaba que había una faceta de él que nunca salía a la superficie, con esas mínimas excepciones.
-Tu desayuno está listo, bajá cuando quieras.
Johanna se limitó a asentir y dirigirse al cuarto de baño, todavía confusa. Luego de asearse y cambiarse, bajó al comedor. Sobre la mesa la esperaba su desayuno y un ramo de lilas, sus flores predilectas. Sonrió, mientras dejaba que el momento de felicidad se prolongara hasta esfumarse.
Tomaba su café y pensaba en todas las personas que tendría que evitar, en todos los alumnos a los que tendría que hablarles sobre Beethoven, Lennon o Piazzola, sabiendo que estarían deseando que el reloj anunciara pronto el horario de salida. Tomaba su café y sentía como los colores que inundaban su interior se iban opacando. Tomaba su café y se iba apagando lentamente.
La costumbre había hecho todo más fácil. El sentimiento de constante despedida que la invadía se había ido adormeciendo, casi hasta desaparecer. Sin embargo, y a pesar de que las agujas del reloj habían marcado muchas horas en su vida, ella seguía sintiendo el peso de sus recuerdos, que se filtraban inevitablemente en sus pensamientos y le hacían revivir aquella noche nefasta, como si el tiempo nunca hubiera pasado...
(Llevaba años preparándose para ese concierto.
Ella había sido seleccionada entre miles de jóvenes de todo el país para presentar su obra maestra en un concierto al que asistirían los músicos más renombrados.
Tenía bajo su brazo la carpeta que contenía su mayor tesoro: un concierto dedicado a su madre. “Caroline” era el reflejo del universo de dolor, amor y pasión que se agitaba dentro de ella cuando pensaba en Ella.
Tomás la acompañó hasta el camarín y ella sintió que la emoción desbordaba sus poros.
-¿Es todo esto real?- le dijo a aquel joven que había sido su guía y su mentor por muchos años.
-Cada instante- le aseguró, con una deslumbrante sonrisa y miró su reloj-. Tu padre tiene que estar por llegar.
Unos tímidos golpes a la puerta le dieron la razón. El hombre entró sin siquiera mirar a Tomás y se apresuró a apretujar a su hija entre sus brazos.
-Estoy muy orgulloso de vos, Jo- le susurró al oído-. Sin importar lo que suceda, yo siempre voy a estar.
-Lo sé, pa. Pero no te preocupés: nada malo va a pasar.
Su padre permaneció en un misterioso silencio, que la impacientó. ¿Tenía que dudar de ella hasta el último momento?
-Ya es hora de ir a ocupar nuestros lugares, señor Herrera- dijo Tomás.
Su padre le dirigió un fría mirada el muchacho y salió de la habitación con aire enojoso.
<<No puedo creer que actúe así en el día más importante de mi vida>>. La insoportable incertidumbre de su padre había alterado la tranquilidad que tanto le había conseguido lograr. Una molesta sensación de que algo se le escapaba le dominó por completo y transformó su nerviosismo en desesperación. ¿Qué podía faltar?
-Las partituras, Jo- murmuró Tomás, sacándola de su ensueño y le entregó la carpeta.- Se te cayeron cuando abrazaste a tu papá.
<<¡Claro! Las condenadas partituras>>.
-Gracias. Deben ser los nervios.
-Los nervios se van a esfumar en el momento en que pises el escenario. Te vas a sentir en casa en cuanto sientas el crujido de la madera bajo tus pies- dijo él y la besó en la mejilla izquierda-. Tengo que irme. El público la espera, señorita.
Le regaló una última sonrisa y la dejó sola. Johanna tomó la carpeta negra entre sus manos y, luego de acomodarse un mechón rojizo que se había escapado de su recogido, se dirigió hacia el escenario.
Fue hacia su posición con paso seguro y acomodó su carpeta, sin siquiera mirarla. Saludó al público y localizó a su padre en primera fila. Una expresión dura e impasible dominaba su rostro y Johanna no pudo evitar sentirse nuevamente molesta con él.
<<Sigue dudando de mí, como siempre>>.
La furia la envalentonó y giró hacia la orquesta con una actitud casi desafiante. Les probaría a todos <<a papá>> que podía hacerlo.
Al principio, dirigió sin mirar la partitura, guiándose por su memoria. La confianza en sí misma la mantuvo a salvo durante unos valiosos minutos en los que sintió como la magia de la música, dulce y tibia, se extendía por su cuerpo, adormeciéndola.
Sumergida en ese éxtasis onírico, pensó en su madre. Imaginó que ella estaba allí, dentro del teatro, sentada junto a su padre. Imaginó su cabello, rojizo y ondulado como el suyo, moviéndose con la misma cadencia de sus manos al dirigir; imaginó su mirada profunda e inundada de lágrimas felices, semejantes a las que rodaban por sus mejillas en ese instante. Y, por último, imaginó su sonrisa deslumbrante, reflejo del sincero orgullo que su madre sentía por ella. Casi podía ver el brillo que tenían sus pupilas, las arrugas en sus mejillas y en el contorno de sus ojos...
-Nunca descuides la partitura.”
La voz de Tomás se infiltró en sus pensamientos y su ensueño se derrumbó con la fuerza de un terremoto. Se acercaba el momento cumbre de su obra y no podía darse el lujo de distraerse. Bajó su ojos humedecidos hacia el atril y quedó helada de espanto.
Se había equivocado de carpeta.
<<No puede ser. Revisé mil veces antes de venir y era la carpeta correcta>>
La desesperación comenzó a hacer mella y sus manos empezaron a temblar. El primer violinista levantó sus cejas en señal de pregunta y ella lo tranquilizó con un leve asentimiento.
<<Tomás se debe haber dado cuenta. Él me alcanzó la carpeta.>>
Angustiada, miró hacia bambalinas y buscó hasta dar con los ojos oscuros de Tomás.
-La partitura- gesticuló en silencio, esperando que todo hubiera sido una mera equivocación, una anécdota graciosa de la que se reirían en el futuro.
Tomás la observó impasible y, finalmente levantó una carpeta.
Ella asintió con fervor, sintiéndose aliviada de saber que él estaba allí para ayudarla. Una sonrisa balsámica se estaba extendiendo por su rostro cuando sucedió algo terroríficamente inesperado: Tomás rompió las hojas en dos y desapareció tras el encortinado negro.
La verdad cayó en el mar agitado de su interior con la fuerza de un viento huracanado: Tomás era el culpable. Él le había dado la carpeta equivocada de forma intencionada. Él la había traicionado; él le había mentido, la había hecho subir por la escalera del triunfo sólo para ver cómo su caída desde la altura la destrozaba por completo.
-Sin importar lo que suceda, yo siempre voy a estar.”
Ahora entendía las palabras de su padre. Él había advertido que las palabras de Tomás nunca habían sido sinceras, que era todo una farsa. Su dureza y su silencioso enojo contra su profesor cobraban sentido ahora. Ella jamás hubiera creído una sola palabra en contra de Tomás y su padre lo sabía. Ella había sido la que nunca supo ni quiso saber. Ella había confiado ciegamente y eso era lo que obtenía: sufrimiento)
No podía discernir con claridad qué había sucedido luego.
Recordaba que había intentado continuar dirigiendo a ciegas y que el ruido y su terror habían crecido en partes iguales. Pero allí se detenía la nitidez de su memoria: en el derrumbe. Después de eso, sólo existía una incolora linealidad que ella aceptaba y hasta deseaba. El haber deseado escalar en la vida le había costado demasiado caro. Era preferible ensayar una farsa, una comedia que arriesgarse a vivir entre personas que podían despojarte de todo con un solo acto de maldad.
Ella había elegido ese camino -aunque no estaba segura de haber avanzado un sólo paso- de forma tácita, imprevista. Le parecía casi que habían elegido por ella y estaba agradecida por ello; decidir era poner en juego su confianza y muy pocas personas estaban a la altura: su padre, su madre -o el recuerdo que tenía de ella-, Catalina, su alumna preferida y, por supuesto, la música.
Con ellos, ella era auténtica y cálida. La música era su refugio seguro, su resguardo frente al dolor y su método de canalizar el torbellino que usualmente sentía dentro de sí; Catalina era su compañera de pentagrama, y la única persona que entendía el carácter mágico de sentarse frentes a las teclas del piano; su padre era la piedra angular en su vida y la única sonrisa que podía calmar el ardor de las viejas heridas.
Y, por último, en el lugar de honor, estaba su madre. A pesar de nunca haberla conocido, Johanna pensaba en ella como una compañera constante que representaba el brillo de un pasado que nunca alcanzaría, de una vida originaria y pasada que se había opacado y desaparecido con su muerte.

No sabía cómo era, no tenía fotos ni objetos suyos pero no era una fantasma. Era tan real como la había imaginado aquella noche en el teatro, antes de su caída, y, por eso, todas las mañanas mientras tomaba su café, la recordaba.

-->

No hay comentarios:

Publicar un comentario