Pasado, presente, futuro. Tres caminos: una vida.

domingo, 24 de noviembre de 2013

6.01 - Emma

Abrí mis ojos como dos grandes platos cuando vi lo que hacía. ¿Realmente creía que no me daría cuenta? Era sumamente descuidada y hacía demasiado ruido -al menos para un lugar donde reinaba el silencio-. Me acerqué sin que notara mi presencia -la sorpresa era mi aliada y sacaría ventaja de ella-. Mi deber era proteger a los libros y cumpliría mi misión más allá de lo que ellos pensaran. Algunos estúpidos adolescentes habían venido a la biblioteca porque a algún estúpido profesor se le había ocurrido enviarlos a hacer un trabajo allí. ¿No se daban cuenta del peligro que representaban para los libros? ¿Yo era la única que los veía como la verdadera amenaza que eran? Jóvenes inmaduros con sus manos llenas de grasa por ingerir comida chatarra -y no lavárselas luego-.
Sus rostros de desesperación sólo podían evidenciar que debían entregar un trabajo al día siguiente y ninguno -¡había como 30 en la sala de lectura!- lo había hecho aún. Se conocían entre ellos y no dudaban en gritar de una mesa a la otra para “ayudarse” -molestarse sería más apropiado-. Había sido un día agotador, había retado demasiados niños y cuando parecía haber logrado la paz en ese campo lleno de minas, ella había cometido el peor de los crímenes.
Apoyé una mano en su hombro y con la otra tomé el paquete de papitas -grasientas y nocivas-. Su rostro se levantó y me miró con temor. Era una niña y yo la autoridad, no tenía posibilidades de ganar ese enfrentamiento.
-No se puede comer en la biblioteca -apreté el paquete.
-Lo... lo siento -murmuró por lo bajo.
-Que sea la última vez -sentencié y me llevé las papas.
Salí de la sala y me escabullí hasta el cuartito secreto. Rosa seguía en el mostrador pero Elías aún no había abandonado el escondite.
-¡Hey! ¿Cuándo pensás salir? Necesitaba refuerzos allá afuera -le dije mientras me servía un café y arrojaba las papas lejos.
-¿Estamos en guerra y no me enteré? -bromeó sin apartar sus ojos del celular.
-¿No viste al enemigo entrar hace media hora?
El silencio respondió y comenzó a irritarme. Él nunca había sido de los que se pasaban todo el día prendido a su celular pero al parecer las cosas estaban cambiando.
-Elías... Elías... ¡Elías!
-¿Qué... qué pasa? -me miró.
-¡Te estoy hablando y vos no soltás el teléfono!
-Perdoná, estaba hablando con Carolina.
De pronto noté lo que estaba pasando: me estaba cambiando por ella. Antes escuchaba lo que tenía que decir sin ningún tipo de queja -sin importar cuán tonto fuera mi pensamiento- pero en ese momento me ignoraba. No quería eso... Él había sido por mucho tiempo el único con quien había hablado y ahora... tenía mi reemplazo del otro lado del celular. Mis ojos se abrieron en tristeza pero no podía hacerle eso... Después de tanto, ¿estaba ocurriendo de verdad? Después de tanto conocerse, ¿las cosas estaban funcionando entre ellos? Todo marchaba perfectamente y podía sentir el amor en el aire. No podía...
-¿Anda todo bien? -pregunté, no quería sonar brusca pero tampoco desinteresada.
-Sí, estábamos arreglando para salir.
-Entonces los dejo -sonreí con un dejo de rareza y le di la espalda para luego voltear-. ¿Me podés reemplazar en la sala? Esos chicos me desquician.
-Ya voy -me guiñó un ojo y lo dejé solo.
No me gustaba nada el lugar que comenzaba a ocupar en la vida de Elías pero no podía hacer nada al respecto. Salí con mi café en mano y me quedé en el mostrador junto a Rosa. El movimiento había sido bastante escaso, a excepción de las crías de secundario.
-¿Cómo se portan los niños? -sonrió irritablemente.
-Como siempre, como monstruos -me quejé.
-Son chicos, Emma, están aprendiendo a manejarse en la vida.
-Eso no quita que sean un peligro.
-Todos lo fuimos alguna vez -finalizó la conversación y yo no seguí hablando, con ella no valía la pena hablar de esos temas.
Terminé mi café y las palabras se me escaparon. Él se acercaba amenazantemente al mostrador, se dirigía a Rosa con una malvada sonrisa en sus labios y yo no tenía otra alternativa más que detenerlo -no había otra salida-. Me le acerqué apenas pasó al viejo guardia y lo arrastré a un rincón -mientras menos lo vieran por allí era mejor-.
-Pensé que teníamos un acuerdo.
-Así es -sonrió sabiendo que me tenía en su poder-. Vine por mis clases de inglés.
-Ahora no puedo, estoy trabajando -le escupí y antes de que pudiera quejarse accedí a su capricho-. Te veo mañana a las 9 arriba.
-Tengo escuela.
-Está bien... A las 2, ¿te parece? -odiaba amoldarme a los horarios ajenos pero era mi cabeza la que estaba en juego.
-Perfecto -volvió a sonreír maliciosamente-. Te veo mañana, Emma.
Su voz pronunciando mi nombre molestó a mis oídos. Ese estafador de cuarta me tenía con una soga al cuello y yo no había hecho nada para impedirlo. Lo había dejado sobornarme cambiando el silencio por clases de inglés. ¡En qué inocente juego me había metido pero qué cruel era sentir mi cabeza en riesgo!

¡Llegaba tarde! ¡Habíamos pautado juntarnos a las 2 y ya había pasado media hora! ¿Me lo hacía a propósito? ¿Me iba a hacer pagar caro mi simple desliz? Ni siquiera sabía qué estaba dando en el colegio pero había traído mis libros por las dudas. Confiaba plenamente en mis anotaciones y sabía que las necesitaría pero... nunca había dado clases, ¿cómo mierda iba a enseñarle a un adolescente inglés? ¿Por dónde empezaría? Mi ira pronto se transformó en preocupación. Improvisaré sobre la marcha, pensé y decidí así hacerlo. Ese chico no sabía nada de mí y yo podía fingir que sabía lo que hacía. Mi preocupación se convirtió en bronca: le haría pagar la espera, mi tiempo era muy valioso como para desperdiciarse así.
-Al fin decidiste aparecer -sonreí maliciosamente, la balanza se había inclinado a mi favor-. Llegué a pensar que no vendrías -mentí.
Tiró una mochila en una silla y se desplomó en otra, lucía bastante agotado -como si hubiera corrido hasta el lugar-.
-¿Comenzamos? -pregunté.
-Comencemos, Emma -y volvió a sonar extraño.
-Mostrame tus libros.
Sacó unas fotocopias anilladas y me las alcanzó. Los libros y las escuelas parecían no tener mucha relación; las copias se habían adueñado de la educación de los niños y eso me inquietaba. El contenido era el mismo pero la conexión era distinta. Los libros tenían cuerpo y también debía apreciarse, tenían un aroma que los caracterizaba y un alma propia que había que aprender a conocer. Las copias, en cambio, eran estériles y perdían el verdadero encanto de los textos.
Un pequeño rotulado con una hiriente caligrafía rezaba: Martín Verdi, 5º D T.M., Superior de Comercio. Pasé las páginas con rapidez, no quería que notara el detalle en el cual yo me había detenido; ambos compartíamos el mismo secundario, yo como egresada y él como actual estudiante. Quizás lo conoce a Luca, la frase cruzó mi mente y temí. Había demasiadas cercanías entre nosotros, ¿cuántas más cosas podían llegar a unirnos? ¿Cuánto más podía ocultar ese joven tan común a todos?
-¿Por dónde empezamos? -preguntó y no dudé en dominar la situación.
-Copiá estos cuadros -le arrojé mis anotaciones-. Es lo básico para empezar.
Anotó sin cuestionar mi autoridad y comencé a pensar qué haría a continuación. Los pronombres personales y posesivos y la conjugación de los verbos en simple past, present simple, present continuous y future debían servir para empezar pero aún debía resolver algo más: su nivel. Tenía que saber con qué estaba lidiando, qué tan malo era. Busqué mis libros y le di para responder las preguntas de la primera unidad, aquellas clásicas y tontas preguntas sobre la propia vida: el nombre completo, la edad, la vivienda, la familia, las mascotas, un recuerdo y un futuro. Simple y claro, ¿cuán terrible podía ser?

-Creeme que me sorprende que hayas llegado a quinto y no te la hayas llevado -me molesté al leer las primeras respuestas, no sólo tenían horrores ortográficos sino que estaban mal redactadas, necesitaba ayuda y mucha.
-¿Qué te hace pensar que nunca me la llevé?
-¿Te la llevaste alguna vez?
-No.
-Entonces llamate al silencio.
Continué leyendo. Íbamos a tener que empezar de cero pero por lo menos tenía algo. Comenzaríamos con las unidades -una por una- de sus copias y las complementaríamos con mis textos. Teníamos mucho trabajo por delante pero antes de que pudiéramos poner manos a la obra algo me detuvo. La despreocupación con la que había venido el día anterior había desaparecido y lucía tan indefenso y escurridizo. Por unos instantes me hizo acordar a Tomi pero todo se desvaneció cuando habló.
-¿No deberías estar dándome clases, Emma? -otra vez esa irritante voz.
-Mirá, pendejo, yo puedo explicarte todo lo que quieras mil veces pero vos sos el que tiene que poner la cabeza en funcionamiento -lo amedrenté.
-Parece que voy a tener que ir a hablar con esa gordita tan simpática -murmuró simulando irse, esperando que lo detuviera y, en vista de las circunstancias, me vi obligada a hacerlo.
-No es necesario que hagas eso -dije mientras con mi rostro dejaba bien en claro que no le temía-. ¿Por qué no respondiste la última? ¿No la entendiste?
-No tengo nada en mente para mi futuro -explicó desplomándose en el asiento.
-Lamento decirte que esa no es una respuesta válida para un examen, algo tenés que escribir así que a usar la imaginación -le sonreí, no quería ser amable pero me sonaba duro escucharlo decir eso con 17 años de edad y quería suavizarlo.
-Está bien, dame la hoja.
La tomó de mi mano y me la devolvió: -What will you do in the future? -Nothing. Lo miré con suspicacia; no era una respuesta válida pero le reconocía haber escrito bien la palabra.
-Vamos a tener que trabajar en eso -remarqué-. ¿Sabés cómo se ordenan las palabras en una oración?
Esa pregunta desembocó en todo lo que sucedió a continuación. No sabía nada y se confundía constantemente el orden en las preguntas y en las oraciones afirmativas y negativas. Tuve que explicarle los pronombres y los tiempos verbales, casi como enseñarle a un niño a hablar. Le dejé bien en claro que con el vocabulario yo no podía hacer nada, ese debía ser su trabajo -debía memorizarlo si quería aprobar-. Estuvimos dos horas trabajando con sus ejercicios y de tarea le quedarían los míos.
-¿Necesitás ayuda con el oral?
-No, rindo escrito nada más.
Esa respuesta me tranquilizó, no quería imaginar su pronunciación si se equiparaba con su gramática. Suspiré algo cansada, ese chico tenía problemas para incorporar el inglés a su vida y me fastidiaba.
-¿Ves alguna serie o escuchás música en inglés? -pregunté e incluso me animé a añadir otro tópico- ¿Te gusta leer?
-Escucho música, no lo que dicen y... si los comics cuentan, sí, me gusta leer.
Algo era algo y podía tratar de incentivarlo aunque claro, yo sólo podía empujarlo, él debía hacer el resto.
-Quiero que cuando escuches música trates de distinguir las palabras -le pedí- y buscá los comics que leas en inglés.
-Yo sólo quiero aprobar -se quejó.
-Entonces te sugiero que hagas lo que te digo.
Se incorporó y se sentó recto en la silla. Se puso tenso como un gato, estaba incómodo y no tenía ganas de molestarme. ¿Por qué actuaba tan extraño y cambiante? A veces asumía el control de la situación y otras optaba por ignorar todo a su alrededor y mantenerse indiferente al mundo que lo rodeaba.
-Ya estamos por hoy, Emma -sí, lo hizo otra vez.
-Quiero que hagas esto para la próxima, Martín -disfruté la venganza y le di un writing para hacer.
-Ya vamos a ver... -guardó todo desordenado en su mochila.
-Hacelo -le ordené y se detuvo.
Me daba la espalda y su semblante lucía tenso y luego relajado. ¿Qué pasaba por su cabeza? ¿Qué le generaba tantos cambios de ánimos? ¿Qué ocultaba y no quería compartir con nadie?
-Si vos no te ayudás nadie más va a poder hacerlo -le dije.
Sentí que mis palabras se alejaban lentamente del contexto pero me parecieron apropiadas y no dudé en enunciarlas. Al fin y al cabo la vida era así.
-Te veo la próxima semana, Em.
Se marchó y pude sentir que la tensión desaparecía, ese “Em” había quebrado el muro y nuestra relación recién comenzaba a formarse. Guardé mis cosas y me marché, no trabajaba y debía aprovechar el tiempo... para mí.

Pinté un poco con mis viejos pinceles y manché mi camisa de trabajo. Cuando era pequeña me quedaba demasiado grande pero ya con 20 años se había amoldado a mi cuerpo y permitía que mis formas -no tan voluptuosas pero tampoco invisibles- se lucieran de manera atractiva. No logré terminar la pintura porque unos golpes en la puerta me sorprendieron.
-Pasa, Tomi -él era el único que accedía a mi cuarto si golpeaba la puerta antes.
-No soy Tomás.
La puerta se abrió y mi padre me miró. Ni él ni mi madre habían entrado allí por mucho tiempo, de hecho nunca aparecían por mi habitación. Nuestra comunicación era casi nula y era innecesario molestarnos en nuestros cuartos.
-¿Qué necesitás? -dije con extrañeza mientras apagaba la música, siempre pintaba con música.
-Quería hablar -murmuró al cerrar la puerta y sentarse en la cama.
-Te escucho.
Me senté en la silla del escritorio y me crucé de brazos. Cuando yo quería hablar él no tenía intención de hacerlo y, por primera vez, él era quien ofrecía tener una conversación.
-Lamento no haber sido un buen padre -comenzó- pero tenés que tener en mente que no estaba en mis planes.
¿Por qué tenía que escuchar eso?
-Vos sólo apareciste, Tomás fue un intento de recuperar algo que nunca existió y Mía fue un descuido de tu madre...
¿Cuánto más quería herirme? Sabía muy bien cómo hacerlo.
-Te hubieras hecho cargo igual pero se ve que te faltan huevos para enfrentar la realidad -le escupí con furia-. ¿Querés que escuche algo más o te parece que ya fue suficiente?
-No tengo porqué escuchar esas cosas de mi propia hija -se enfadó.
-Vos mismo lo dijiste, yo sólo aparecí y así fueron las cosas. ¿Algo más? -no tenía intenciones de seguir hablando.
-Tu madre se equivocó... -comenzó lentamente- y yo también... -respiró profundo- La voy a dejar.
Discutían todo el tiempo y no me sorprendía su comentario. El matrimonio de mis padres pendía de un hilo desde que podía recordarlo y por una razón que desconocía habían permanecido juntos. Quizás había sido por nosotros... o por lo que los demás podrían pensar.
-¿Y por qué me lo decís a mí si ella es quien tiene que oírlo? No me metás en el medio de tu relación -ya había tenido suficiente con sus juegos.
-Quería que te encargaras de tus hermanos, que los cuidaras.
Y de pronto atisbé una beta paterna en su ser. Al menos algo sentía por esas tres criaturas a quienes les había dado la vida.
-Vos fuiste la única que estuvo para ellos... siempre...
¿Ahora me reconocía todo mi esfuerzo? ¿Su desinterés e indiferencia absolutos debían compensarse por unas pocas palabras de aliento para su hija mayor?
-Yo sólo hice lo que vos no.
-Vos... -se calló- siempre fuiste tan fuerte e independiente.
-¿Qué otra opción tenía? ¡Para vos ni existía y mi madre se había ganado mi desprecio! -las lágrimas de bronca cayeron de mis ojos- Andá, dejala que yo me encargo de arreglar tus desastres.
-Sólo quería que lo supieras...
-¿Sabés qué fue lo que te faltó? Voluntad y decisión, algo que nunca vas a tener.
-¡Basta, Emma!
Se marchó y me dejó allí, con más problemas de los que ya tenía. Debería lidiar con dos hermanos menores que deberían superar un divorcio a una edad tan joven. Mi tarea como hermana había aumentado y no sabía qué ocurriría cuando la noticia se esparciera. Me sentía mal por no estar triste ni impactada pero la verdad era que nunca había sentido que fuéramos una verdadera familia y únicamente había logrado conectarme con Mía y Tomás. Mis padres sólo ponían el dinero para que viviéramos pero el amor no formaba parte de la relación. Sin embargo, las palabras de mi padre eran difíciles de creer. ¿Mi madre lo aceptaría? Lo dudaba... aunque suponía no tenía otra opción. Debía reconocerlo, mi padre parecía decidido pero era tan fácil disuadirlo de algo que había que ver hasta dónde llegaba con su plan. Quizás me sorprendería... o quizás no.

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