La Vita Strangiato —
“The Ghost of Aragon”
Hirvió el agua y Fernando comandó que Teresa le alcanzara la sal en
un tono tan autoritario que General hubiera creído que aquel era su
efectivo dueño. Desde la mesa del comedor, Martín le indicó
en cuál alacena buscar mientras ojeaba las fotocopias que habían
hecho en la Biblioteca Argentina y marcaba las páginas en un bloc de
notas en la notebook. Llevaba más de diez minutos trabajando solo
—tal y como hubiera hecho si Pozzini no le hubiera asignado
acompañantes terapéuticos—, pero al menos tenía quien le
cocinara. Bajo la pretensión de cenar a las nueve, su compañero
había bajado la tapa de su computadora y abandonado la mesa de
trabajo hacia las ocho y media pasadas. La chica lo había seguido
unos minutos después, arrastrando los pies y bostezando,
satisfecha. Martín confiaba en que entre los dos pudieran hacer unos
fideos con salsa decentes y ella en que él no adelantara demasiado.
Al living comedor llegaban una serie de risas e insultos, largo tiempo
ausentes. No era el elenco usual, pero los sustitutos
eran bastante buenos. Era jueves por la noche —día de casino— y
la casa estaba vacía. La entrega del avance definitivo era al día
siguiente y no iban a tener demasiados beneficios por haber sido el
último grupo en formarse —incluso habiendo sido en contra de la
voluntad del único miembro original. El tema seguía siendo el
mismo: ópera. Sus nuevos compañeros no lo habían objetado, ya
fuera por temor a (tere) ofenderlo o por (ferrr) falta
de imaginación. Hacían mención de una serie de compositores y sus
respectivos opus, comparando los diferentes tipos entre sí y
explicando los recursos de los que se valían. Se habían enfocado en
Aida y, tras conceptualizar porqué —al tener sólo cuatro
miserables actos— no se la podía considerar exactamente como una
grand opera, habían usado fragmentos de las letras para
explicar lo que era un contrapunto.
—Cuando muchas personas gritan cosas sin relación al mismo tiempo
—lo había definido Fernando con una expresión de seriedad que a
Martín le recordó a Cito, llegando incluso a cruzarse de brazos
como cuando su amigo buscaba exagerar la solemnidad de sus
sentencias.
—“Se trata de un recurso consistente en la enunciación
simultánea de una serie de…” —Teresa se detuvo a mitad de su
traducción, buscando la palabra adecuada. —¿”… proferencias”?
—Wikipedia —sugirió Martín, y la chica frunció el ceño. —“…
enunciación simultánea de versos independientes, generalmente
aparecidos con antelación,…”
—“… generalmente previamente aparecidos…” —lo corrigió
Fernando, esta vez en un tono efectivamente serio, inclinándose
sobre la computadora de Teresa y apoyando una mano en su hombro.
—“… por lo general de previa aparición —sentenció la chica
a medida que mecanografiaba—, por parte de más de un personaje”.
—¿No sería un “cantante”? —preguntó Martín.
—¿”Intérprete”?
—Dudo que existiera ese término en el 1800, Fer —dijo Teresa con
suave firmeza, preparándose para defender su punto. —Son
personajes. Estamos en el contexto de una obra en papel, no hay gente
de verdad cantando todavía, sean lo que sean —Dejó de mirar a sus
compañeros y, tomando en sus manos unas copias de Ritorna
vincitor, se explicó: —En las partituras de las óperas sólo
hay personajes, personas de una ficción aún inmaterial,
vislumbradas a través y más allá de la letra escrita —deslizó
sus dedos a través del papel, en un gesto que Martín condenó de
(asquerosa dulcemente) dramático—, esta vez encarceladas
detrás de un pentagrama.
—Profundo, mujer —replicó Fer, dándole una palmadita en el
hombro y regresándola a la realidad de la pantalla.
—Personajes entonces —la chica que cinco minutos más
tarde se dispondría a buscar la manteca se sonrió al apretar enter.
Tenía que concederle a Fernando que era un excelente cocinero. Claro
que aquel juicio tan poco parcial provenía de alguien que no sabía
hacerse siquiera un par de salchichas. El chico, negándose a usar
salsa prefabricada, los había obligado a perder al menos quince
minutos de más en el supermercado buscando verdura fresca y una botella de aceite de oliva de una marca (particularmente) específica. El
resultado habían sido unos tallarines al pesto que los tres habían
repetido y General, a fuerza de violentas insistencias —y llegando
a amenazar a Teresa con bufidos y amagos de zarpazos—, había
logrado probar.
Hacia las nueve y media, Martín lavaba los platos que la chica le
iba apilando junto a la pileta mientras Fer dejaba que el gato
jugueteara con el auricular que colgaba de su expansor.
—Te va a arrancar la oreja —le había advertido el dueño de
casa, a lo que ambos habían replicado con sendos gestos burlones.
Efectivamente, General había saltado y, errando a la cabeza del
auricular que el chico hacía oscilar en un movimiento pendular, le había
mordido el lóbulo y parte del expansor. Ambos gritaron y Teresa,
desternillándose de la risa ante los chillidos histéricos de
Fernando, tuvo que sentarse para no caer al suelo. Sujetándose el
abdomen hinchado por la comida, se pasó por la cara, hirviente de
tanto reír, el trapo húmedo con el que hasta entonces había estado
limpiando la mesa. Martín, asomándose a la puerta, formó con los
labios un sonriente “te lo dije” y volvió a la cocina.
Antes de que llegasen las diez menos cuarto, los tres volvían a
estar a la mesa con sus computadoras, tecleando diferentes partes y
consultándose entre ellos por palabras, frases, o planteos en
general. Fluía una muy eficaz y natural división de trabajo. Jamás
hubiese supuesto que los tres, siendo tan diferentes y distantes en
el mapa áulico, fuesen a funcionar tan bien. Claro que ya no estaban
a más de un vaso de gaseosa de distancia.
Martín observaba un cambio actitudinal en sus compañeros,
consecuente al de hábitat. Teresa siempre le había parecido un peón
más en el juego de Amanda, una voz indiferenciada dentro de una masa
uniforme —cuya tesitura, debido a lo agudo, pretensioso, fluido y
veloz de su capacidad de cháchara, era la de unas muy irritantes
sopranos de coloratura—, pero de repente se encontraba
frente a una chica de mente independiente y completamente desafiante,
decidida a imponer su voluntad y no dejarse avasallar —y siempre
con una mordaz e irreprochable gentileza. Todo lo que no podía ser
ante su lideresa, lo exponía allí. Era una chica (next emma door)
normal. Fernando, por su parte, parecía perdido. Había descubierto
que el chico que se sentaba al fondo del salón, con sus bermudas de
jean deshilachadas y su campera de cuero echada sobre la musculosa
abierta hasta más allá de la cintura, en un eterno juego con el
auricular y el expansor, era tan vulnerable como el insoportable de
Bruno. Era agradablemente gracioso, quizá un poco agresivo a veces,
pero Martín dedujo que aquello se debía a que no estaba
acostumbrado a no tener una autoridad a la que desafiar. Por lo
pronto, lo que más le importaba era que siguiera cocinándole —y
trabajando, claro.
Terminó de pasar el artículo sobre Verdi del libro que Emma le
había entregado el día en que toda la locura había comenzado y se
preguntó si algo de él no habría cambiado también. Desde luego,
aunque fuera en contra de su voluntad, estaba socializando —eso era
un logro. Hasta hacía una semana, no recordaba haberle dirigido a
las personas junto a él más de doce palabras en lo que iba de sus
seis años de secundaria juntos. Hizo la fotocopia a un lado y volvió a su mente la imagen de la bibliotecaria. Que leyera las letras de su música,
le había dicho. De acuerdo a la parte de la investigación que aún
quedaba por volcar para el informe final —con su fecha de
entrega afortunadamente lejana en el tiempo—, el énfasis de las
canciones en los musicales estaba, justamente, en las letras. Y Cito
tenía cincuenta y siete carpetas con grabaciones, letras, libretos
completos, videos, programas y fotografías de comedias musicales.
Tenía material de sobra, pero ni la más mínima voluntad de
acercársele. No había escuchado más que uno, algo que, según
había deducido por el título, debía tratarse de gatos o algo
similar —y había tenido que sacarlo antes de que terminase la
segunda canción; era eso o vomitar por los oídos. Había intentando
sentarse a escuchar Tommy con el libreto que había encontrado en su
carpeta, pero no acababa de entender a cuál de las tres versiones
diferentes correspondía. Y, desde luego, hubiera sido muy
difícil que entendiese algo en inglés.
---ey !
Llevaba abierto y olvidado el Facebook, con lo cual no llegó a oír
el primer pitido. Estaba muy concentrado y Teresa, no dispuesta a
escuchar rock progresivo —gritos sobre más ruido, lo había
definido— ni a descubrir qué era lo que pendía del expansor de
Fernando, había encendido la radio. Se habían decidido por la 93.1, una
estación de clásicos, y Killing Me Softly los adormecía con
suavidad. El dedo de Martín giró en un lugar equivocado y el
mousepad de la notebook le cerró la ventana del Word. Antes de que
tuviera tiempo de soltar un insulto, interceptando y sofocando la
idea, vio la ventana de chat.
---como va ? :P ---insistió Celeste Stolz.
Le había aceptado la solicitud. Tenía aún cinco notificaciones por
ver —todo un récord—, bien podía estar allí la confirmación.
Pero no sólo se la había aceptado: le estaba hablando. Los
dedos comenzaron a temblarle con nerviosismo.
---heeey! todo en orden ---hizo una pausa, recordándose que la había
visto sólo dos veces y que era virtualmente imposible que el galope
desbocado de su corazón se debiera a que--- vos? ---le
gustara.
---tranqi, no me volvieron a atropellar :P ---Teresa se
inclinó, imperceptiblemente, sobre la computadora de Martín.
---che, como me encontraste ? xD
La cara del chico se tiñó de un tono de rojo sobrenaturalmente
pálido. El alma le cayó a los pies. ¿Sabía que se había metido
en la sesión de Cito? La idea se le antojaba ridícula, pero si una
(Kev Steller) persona lo había visto, bien podía haberlo
hecho otra más también.
---aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahh ! ---Celeste interrumpió su
ilación de pensamiento. ---te pusiste a buscarme entre los amigos
de Juan, no ? ---Martín respiró tranquilo. Para entonces Teresa
ya casi estaba con la cabeza apoyada en su hombro. ---yo todavía
no volvi a ver su perfil, lo tuve q bloqear.
---exacto ---respondió el chico crípticamente. No tenía la menor
idea de cómo seguir con la conversación. --- estuve jugando al
tetris :P
---jajaja nah no me digas q en serio te lo pusiste a jugar!
---casi pudo oír en su cabeza la risa de Celeste, melodiosa y
casi demasiado violenta como para ser natural. ---funciona lo de
los flashbaks ?
Martín hizo memoria. ¿Pasaba algún día en que no pensara en su
amigo? Dudosamente. No obstante, no había flashbacks del
incidente en cuestión —más bien brillaban por su ausencia,
cegando su razón cada tanto, como le había ocurrido la vez que
había entrado en un estado catatónico la semana anterior.
---supongo q si :P
Pasaron cinco minutos de silencio de conversación en los que sólo
se marcó el visto de la chica hasta que Fer, que se había sumado
como espectador, le dio unas palmaditas en el hombro y le hizo un
gesto lastimero. Teresa le dirigió una mueca similar y los tres
volvieron a trabajar. Se acercaban las once y la jornada siguiente
iniciaba a las ocho de la mañana. Por la radio pasaron un especial de ABBA una
hora que sus compañeros tararearon y acompañaron en los
estribillos. Martín se mantuvo en sepulcral silencio, abstraído en
su trabajo. Con la misma fugacidad con la que había aparecido, el
sentimiento se desvaneció. Celeste se retrotrajo al profundo pozo de
su mente, ya saldría cuando fuera necesario.
Llegaron las once y media y, con un bostezo, Fernando anunció que
partía y Teresa, mientras se ponía el abrigo, se propuso para
imprimir el trabajo. Martín prometió comprar la carpeta y General
los escoltó hasta la puerta, metiéndose entre sus piernas. Llegaron
los taxis y la casa volvió a sumirse en silencio. No podía soportar
otro minuto más de ABBA. Era demasiado asquerosamente alegre para
él. Se le pegoteaba como melaza en los oídos. Enchufó el celular
al equipo y By-Tor and the Snow Dog comenzó a retumbar por
las paredes. Lo único que realmente había escuchado de lo que había
robado de la computadora de Cito eran un disco o dos de Rush. Eran
refrescantes y a veces no tan gritados. No recordaba los nombres,
pero tenían canciones largas, y eso era bueno. Eran masas
indistinguibles que no tenía sentido analizar.
Cerró el Word y volvió a aparecer la pantalla de Facebook. Martín
dejó de respirar por unos segundos.
---ey ! perdon q me colgue, estaba con unas cosas de la forza
>>che, esto te va a sonar medio como de la nada, pero creo
q ya habiendonos encontrado en un velorio, chocado en la calle y
considerando q tmb nos encontramos en face, no puedo no
invitarte ! :P
>>el sabado a la noche nos encontramos con unos chicos de
comedias en casa. es algo tranca, nos juntamos a comer pizza y
recordarlo un poco a juan. muchos no pudieron ir al velorio y a
algunos nos parecio q podíamos hacer algo especial por el, se lo
merece.
>>en fin, tipo nueve es la idea. avisame si caes para comer
y todo y te paso la dire ! :) un abrazo y no sigas atropellando gente x la vida ! xD
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