Acaricié
la panza de Lira cuando se volteó en busca de una mayor comodidad.
Su pelaje variaba entre todas las tonalidades de gris pero su pecho,
cara y patas eran blancos. Sus ojos verdes buscaban siempre atención
y si no la obtenía por las buenas un cable o un sillón sufrían las
consecuencias. Tenía carácter y eso era todo -nunca encontraría
una mejor forma para describirla-. Era una gata que sabía lo que
quería, era independiente y orgullosa y hacía lo que deseaba. Había
sacado mi actitud frente a la vida y eso me alegraba.
-Sos
una pequeña molestia hermosa -le susurré cuando volvió a cambiar
su posición y a exigir más caricias.
Adoraba
dormir arriba mío y yo disfrutaba su compañía. Había planeado
estudiar esa mañana pero ella había cambiado mis planes. Me había
invadido apenas me había despertado y ni tiempo me había tenido
para salir de la cama. Para cuando logró dormirse yo ya me había
rendido y había puesto para escuchar el disco que Luca me había
regalado. Peter Allen no me fascinaba del todo pero apreciaba el
gesto y no podía evitar recordar a mi tía. Me dolía pensarla pero
estaba fuera de mí evitarlo, era más fuerte el deseo de escuchar y
viajar lejos en el tiempo. Atravesar el portal que me alejaba de ella
y encontrarme a su lado valía las lágrimas que me arrojaban al
solitario presente. Lira se volvió a cambiar de posición y me
recordó que no estaba tan sola como creía. Ella me acompañaba y
también lo hacían Tomás y Elías... también Luca. Había mucha
gente que me rodeaba aún cuando yo no deseaba apoyarme en ellos.
Abandoné
a Lira y luego de ducharme fui a desayunar. Elisa me encontró en la
cocina para despedirse y limpiarse las manos -nada nuevo en ella-.
-Tenés
que ir a buscar a Tomás a lo de Agus.
-¿Qué
te impide a vos ir a buscarlo? -le escupí.
-Tengo
que salir -respondió altaneramente.
-Yo
también tengo que hacer...
-Supongo
que se quedará allá entonces -comentó despreocupada, sabía que yo
no lo abandonaría-. Isabel dijo si podía pasarlo a buscar a las 11
porque tenían que hacer no sé qué... así que supongo que tendrán
que esperar.
-No
podés ser tan mierda, Elisa. Es tu hijo, no el mío -me molesté y
comencé a devorar mi tostada, eran las 10.30.
-Te
estoy pidiendo ayuda. Las cosas no están bien con tu papá...
-Ya
lo sé, nunca estuvieron bien -añadí aún sabiendo cuál eran los
planes de Luis en esa ocasión.
-Por
favor -su voz se tiñó de súplica y me sorprendió.
Era
la primera vez que verdaderamente demandaba mi ayuda. Siempre lo
hacía de mala gana pero en ese momento sentí que realmente
necesitaba su tiempo. No quería acceder, mi orgullo me lo impedía,
pero veía que algo había cambiado. No pude dejárselo pasar
fácilmente pero terminé ayudándola.
-¡Al
fin y al cabo siempre lo voy a buscar yo! -puntualicé y se marchó.
¿Acaso
estaba mal y yo estaba preocupada por ella? La mujer que decía ser
mi madre pero que me había abandonado antes de tiempo, la mujer que
se quejaba todo el tiempo por la hija que no había querido tener, la
mujer que descuidaba a uno de sus hijos y adoraba a otro había
logrado despertar en mí la preocupación. Pocas cosas rondaban mi
cabeza y ella parecía añadirse a la lista.
Me
subí al colectivo sin muchos deseos de hacerlo. Agustín vivía
lejos y si quería llegar lo menos tarde posible debía usar el
transporte público.
-¿Podés
pagarme el viaje que se me agotó la tarjeta? -una joven preguntó y
yo sin mucho interés pasé la tarjeta dos veces.
Miré
los asientos -no esperaba que realmente me diera el dinero-, elegir
no era un problema puesto que siempre me sentaba en los individuales
pero en esa ocasión sólo quedaba disponible uno de dos. Me senté
del lado de la ventanilla y comencé a buscar mi Mp3, la música me
permitiría relajarme un poco... Fue una gran desilución descubrir
que todos los bolsillos que mi ropa podía contener estaban
completamente vacíos. Un viaje sin música, ¡genial!,
ironicé para mi interior y me dispuse a mirar por la ventana
esperando que nadie se sentara al lado mío.
-Muchas
gracias por eso -comentó una muchacha al sentarse junto a mí-. Acá
tenés -sonrió ampliamente y me entregó cinco pesos, los tomé y
guardé-. La verdad que el centro está terrible, incluso con tanto
frío la gente no deja de comprar.
La
miré y medité unos instantes si buscaba una respuesta o no e
incluso me tomé mi tiempo para pensar si yo deseaba responderle. Su
cabello era negro como el petróleo y estaba recogido en una larga y
alta cola de caballo que había acomodado sobre su hombro izquierdo.
Una bufanda protegía su cuello y una campera impermeable la
abrigaba. Sus ojos estaban delineados a la perfección y el negro
iris de ellos combinaba claramente con su pelo.
-Ajá...
-murmuré, una respuesta desinteresada evidenciaba que hablar no
estaba en mis planes.
-Todo
está carísimo, es impensable salir a comprar en estos días -se
quejó ordenando sus bolsas-. ¿No te parece?
Sonrió
buscando conversación y yo sólo la miré fríamente, no quería
hablar y si ella no lo entendía se lo haría entender a la fuerza.
-Disculpame
-rió chillonamente-. Me llamo Diana. Parecés una chica simpática,
¿cómo te llamás?
¿Simpática?
Definitivamente necesita que le acomoden algunos tornillos dentro de
su cabeza, pensé ante su estúpido comentario. Mis ojos no
cambiaron su actitud y mi corazón tampoco. Me estaba enfureciendo
con aquella desconocida que osaba interrumpir mi silencioso y forzado
viaje con palabras triviales e irrelevantes. ¿Acaso no notaba mi
absoluto desinterés? ¿Realmente lucía simpática? Evidentemente
ella debía acomodar su concepto de simpatía.
-Hay
gente que no sabe captar directas -esbocé con nada de sutileza.
-Tenés
razón -respondió-. La gente puede ser muy molesta, ¿no te parece?
Siempre hablando y quejándose cuando uno sólo quiere silencio y
tranquilidad -suspiró-. A mí también me pasa, creeme.
-Te
creo -me burlé y no la miré, la ventana mostraba un paisaje más
interesante y le resultaría difícil hablar con mi nuca.
-Contame,
¿estás estudiando o trabajás? -no volteé a verla pero sabía
perfectamente que sus labios estaban arqueados y que buscaba simpatía
en el lugar equivocado.
¿Realmente
creía que una desconocida compartiría esa información con ella?
Incluso si se hubiera tratado de una persona amable -y no de mí-
hubiera sonado completamente extraño su interés en la vida de su
eventual acompañante. En esa ocasión no medité sobre mi accionar:
no le contesté. Pronto una embarazada subió al colectivo y mi plan
se formuló solo: luciría amable, le dejaría el asiento y me iría
al fondo a permanecer parada; lograría sacármela de encima con gran
destreza. Claro está, la gente fue demasiado amable y apenas subió
la futura madre un asiento se desocupó antes que yo pudiera siquiera
ofrecer el mío. Debía pensar en algo más.
-A
mí me tocó trabajar -rió estúpidamente-. Me fui a vivir con mi
novio cuando tenía 20 así que no tuve muchas opciones -suspiró
profundamente-. ¡Qué agotador que es el trabajo! Ni un respiro te
dan -se quejó.
-Igual
que las personas, ¿no te parece? A veces no te dejan en paz
-fríamente comenté.
-¡Parece
que estuviéramos conectadas! ¡Estaba a punto de decir lo mismo!
-sus ojos brillaron con mucha felicidad.
-¿No
te parece genial? -entré en su juego- Debimos de haber sido hermanas
en otra vida -reí estúpidamente- pero en esta yo no te conozco y
vos a mí tampoco así que -me le acerqué suavemente y susurré- no
me jodas.
Estaba
segura que si no lograba convencerla de que se callara con esas
fuertes palabras no habría otra forma de lograrlo. Al parecer esa
chica había nacido para hablar y para hacer oídos sordos porque
siguió intentando interaccionar conmigo. Para mi pesar el trayecto a
lo de Agus era bastante extenso y el tráfico no ayudaba en absoluto.
Diana me contó que trabajaba como secretaria en un estudio de
abogados y que vivía con su novio, incluso me dijo que hacía poco
habían adoptado un cachorro y que andaba mal de salud. Era imposible
callarla y si bien dentro de mí crecía la ira poco a poco comencé
acostumbrarme a su chillante voz y a su sonrisa eterna. Miraba por la
ventana mientras escuchaba el murmullo constante y esporádicamente
escuchaba realmente lo que decía. No tenía música para ambientar
el viaje pero tenía una radio prendida que no dejaría de funcionar
ni aunque la arrojara contra la pared.
El
silencio reinó y me tomó por sorpresa; podía notar que algo no
andaba bien. Giré y la vi. Aquella joven llena de cosas para decir y
de un espíritu fuerte y extrovertido había callado. Su cabeza
miraba sus manos apoyadas sobre su regazo y aunque ella parecía
querer evitarlo yo podía ver cómo algunas lágrimas recorrían su
rostro y se perdían en la caída. No sabía qué hacer. Involucrarme
con las personas no formaba parte de mi rutina pero sentía que debía
ayudarla.
-¿Te
sentís bien?
Apenas
mis palabras fueron pronunciadas noté lo estúpidas que sonaban.
Evidentemente no estaba bien y no había que ser un sabio para
notarlo. No contestó mi idiota pregunta y yo me vi obligada a
insistir. No era una posición cómoda pero me sentía peor sino
hacía nada.
-¿Te
pusiste mal por lo que te dije antes? -el sollozo casi imperceptible
comenzó a ser cada vez más sonoro- A veces tengo mal carácter,
disculpame.
-No...
no es eso...
La
fragilidad se sentía en el aire y yo sólo esperaba que nadie notara
que había una joven llorando al lado mío. Cuando las personas ven
gente que está triste suelen acercarse para molestar y yo no
deseaba estar rodeada.
-No
estoy pasando por un buen momento con mi familia...
-Me
engañaste muy bien, tu vida pintaba bastante perfecta -sus ojos se
abrieron y las lágrimas aumentaron-. No quise decir eso -froté mi
frente comprendiendo en el lío en el cual me había metido, las
relaciones sociales no eran mi fuerte pero aún así intentaba fingir
que lo eran-. ¿Qué pasa con tu familia?
-Me
peleé con mis padres y me fui de casa cuando me junté con
Alejandro, mi novio -explicó-. Hace mucho que no los veo...
-Lo
que daría yo por eso -susurré y palideció-. No escuchés todo lo
que digo, ¿si?
-La
semana que viene Ale tiene que hacerse unos estudios... Los médicos
creen que tiene un tumor en el hígado...
-Es
una situación complicada, Diana, pero tenés que ser fuerte.
-Ya
lo sé, es sólo que me gustaría que mi familia estuviera conmigo
para ayudarme con esto.
-Seguro
tenés amigos que te pueden acompañar...
-Sí,
pero no es lo mismo.
-Seguro
que si les contás a tus papás qué está pasando te van a ayudar
-mastiqué cada una de las palabras.
Mis
palabras me hicieron gracia porque estaba repitiendo las pelotudeces
que todos me habían dicho desde niña. Esas palabras me enfurecían
por ser mentiras pero nada más cruzaba mi mente para decir. Por
supuesto que confiaba en que sus padres no fueran tan ajenos como los
míos pero no podía saberlo con certeza.
-Quizás
tengas razón -secó sus lágrimas y le sonreí.
Mi
intención era que dejara de llorar y si con unas mentiras lo lograba
estaba dispuesta a seguir mintiendo.
-Tenés
que calmarte y hablar con ellos, seguro te van a apoyar -miré por
dónde estábamos y noté que mi parada se esfumaba en la velocidad-.
Disculpame pero me tengo que bajar.
Me
dejó pasar y antes de que descendiera del colectivo se acercó y me
entregó un papel.
-Gracias
-sonrió honestamente-. Llamame si necesitás algo.
Un
número escrito con una delicada caligrafía fue lo que ese viaje me
dejó.
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