Pasado, presente, futuro. Tres caminos: una vida.

domingo, 12 de enero de 2014

7.02 - Emma

Acaricié la panza de Lira cuando se volteó en busca de una mayor comodidad. Su pelaje variaba entre todas las tonalidades de gris pero su pecho, cara y patas eran blancos. Sus ojos verdes buscaban siempre atención y si no la obtenía por las buenas un cable o un sillón sufrían las consecuencias. Tenía carácter y eso era todo -nunca encontraría una mejor forma para describirla-. Era una gata que sabía lo que quería, era independiente y orgullosa y hacía lo que deseaba. Había sacado mi actitud frente a la vida y eso me alegraba.
-Sos una pequeña molestia hermosa -le susurré cuando volvió a cambiar su posición y a exigir más caricias.
Adoraba dormir arriba mío y yo disfrutaba su compañía. Había planeado estudiar esa mañana pero ella había cambiado mis planes. Me había invadido apenas me había despertado y ni tiempo me había tenido para salir de la cama. Para cuando logró dormirse yo ya me había rendido y había puesto para escuchar el disco que Luca me había regalado. Peter Allen no me fascinaba del todo pero apreciaba el gesto y no podía evitar recordar a mi tía. Me dolía pensarla pero estaba fuera de mí evitarlo, era más fuerte el deseo de escuchar y viajar lejos en el tiempo. Atravesar el portal que me alejaba de ella y encontrarme a su lado valía las lágrimas que me arrojaban al solitario presente. Lira se volvió a cambiar de posición y me recordó que no estaba tan sola como creía. Ella me acompañaba y también lo hacían Tomás y Elías... también Luca. Había mucha gente que me rodeaba aún cuando yo no deseaba apoyarme en ellos.
Abandoné a Lira y luego de ducharme fui a desayunar. Elisa me encontró en la cocina para despedirse y limpiarse las manos -nada nuevo en ella-.
-Tenés que ir a buscar a Tomás a lo de Agus.
-¿Qué te impide a vos ir a buscarlo? -le escupí.
-Tengo que salir -respondió altaneramente.
-Yo también tengo que hacer...
-Supongo que se quedará allá entonces -comentó despreocupada, sabía que yo no lo abandonaría-. Isabel dijo si podía pasarlo a buscar a las 11 porque tenían que hacer no sé qué... así que supongo que tendrán que esperar.
-No podés ser tan mierda, Elisa. Es tu hijo, no el mío -me molesté y comencé a devorar mi tostada, eran las 10.30.
-Te estoy pidiendo ayuda. Las cosas no están bien con tu papá...
-Ya lo sé, nunca estuvieron bien -añadí aún sabiendo cuál eran los planes de Luis en esa ocasión.
-Por favor -su voz se tiñó de súplica y me sorprendió.
Era la primera vez que verdaderamente demandaba mi ayuda. Siempre lo hacía de mala gana pero en ese momento sentí que realmente necesitaba su tiempo. No quería acceder, mi orgullo me lo impedía, pero veía que algo había cambiado. No pude dejárselo pasar fácilmente pero terminé ayudándola.
-¡Al fin y al cabo siempre lo voy a buscar yo! -puntualicé y se marchó.
¿Acaso estaba mal y yo estaba preocupada por ella? La mujer que decía ser mi madre pero que me había abandonado antes de tiempo, la mujer que se quejaba todo el tiempo por la hija que no había querido tener, la mujer que descuidaba a uno de sus hijos y adoraba a otro había logrado despertar en mí la preocupación. Pocas cosas rondaban mi cabeza y ella parecía añadirse a la lista.

Me subí al colectivo sin muchos deseos de hacerlo. Agustín vivía lejos y si quería llegar lo menos tarde posible debía usar el transporte público.
-¿Podés pagarme el viaje que se me agotó la tarjeta? -una joven preguntó y yo sin mucho interés pasé la tarjeta dos veces.
Miré los asientos -no esperaba que realmente me diera el dinero-, elegir no era un problema puesto que siempre me sentaba en los individuales pero en esa ocasión sólo quedaba disponible uno de dos. Me senté del lado de la ventanilla y comencé a buscar mi Mp3, la música me permitiría relajarme un poco... Fue una gran desilución descubrir que todos los bolsillos que mi ropa podía contener estaban completamente vacíos. Un viaje sin música, ¡genial!, ironicé para mi interior y me dispuse a mirar por la ventana esperando que nadie se sentara al lado mío.
-Muchas gracias por eso -comentó una muchacha al sentarse junto a mí-. Acá tenés -sonrió ampliamente y me entregó cinco pesos, los tomé y guardé-. La verdad que el centro está terrible, incluso con tanto frío la gente no deja de comprar.
La miré y medité unos instantes si buscaba una respuesta o no e incluso me tomé mi tiempo para pensar si yo deseaba responderle. Su cabello era negro como el petróleo y estaba recogido en una larga y alta cola de caballo que había acomodado sobre su hombro izquierdo. Una bufanda protegía su cuello y una campera impermeable la abrigaba. Sus ojos estaban delineados a la perfección y el negro iris de ellos combinaba claramente con su pelo.
-Ajá... -murmuré, una respuesta desinteresada evidenciaba que hablar no estaba en mis planes.
-Todo está carísimo, es impensable salir a comprar en estos días -se quejó ordenando sus bolsas-. ¿No te parece?
Sonrió buscando conversación y yo sólo la miré fríamente, no quería hablar y si ella no lo entendía se lo haría entender a la fuerza.
-Disculpame -rió chillonamente-. Me llamo Diana. Parecés una chica simpática, ¿cómo te llamás?
¿Simpática? Definitivamente necesita que le acomoden algunos tornillos dentro de su cabeza, pensé ante su estúpido comentario. Mis ojos no cambiaron su actitud y mi corazón tampoco. Me estaba enfureciendo con aquella desconocida que osaba interrumpir mi silencioso y forzado viaje con palabras triviales e irrelevantes. ¿Acaso no notaba mi absoluto desinterés? ¿Realmente lucía simpática? Evidentemente ella debía acomodar su concepto de simpatía.
-Hay gente que no sabe captar directas -esbocé con nada de sutileza.
-Tenés razón -respondió-. La gente puede ser muy molesta, ¿no te parece? Siempre hablando y quejándose cuando uno sólo quiere silencio y tranquilidad -suspiró-. A mí también me pasa, creeme.
-Te creo -me burlé y no la miré, la ventana mostraba un paisaje más interesante y le resultaría difícil hablar con mi nuca.
-Contame, ¿estás estudiando o trabajás? -no volteé a verla pero sabía perfectamente que sus labios estaban arqueados y que buscaba simpatía en el lugar equivocado.
¿Realmente creía que una desconocida compartiría esa información con ella? Incluso si se hubiera tratado de una persona amable -y no de mí- hubiera sonado completamente extraño su interés en la vida de su eventual acompañante. En esa ocasión no medité sobre mi accionar: no le contesté. Pronto una embarazada subió al colectivo y mi plan se formuló solo: luciría amable, le dejaría el asiento y me iría al fondo a permanecer parada; lograría sacármela de encima con gran destreza. Claro está, la gente fue demasiado amable y apenas subió la futura madre un asiento se desocupó antes que yo pudiera siquiera ofrecer el mío. Debía pensar en algo más.
-A mí me tocó trabajar -rió estúpidamente-. Me fui a vivir con mi novio cuando tenía 20 así que no tuve muchas opciones -suspiró profundamente-. ¡Qué agotador que es el trabajo! Ni un respiro te dan -se quejó.
-Igual que las personas, ¿no te parece? A veces no te dejan en paz -fríamente comenté.
-¡Parece que estuviéramos conectadas! ¡Estaba a punto de decir lo mismo! -sus ojos brillaron con mucha felicidad.
-¿No te parece genial? -entré en su juego- Debimos de haber sido hermanas en otra vida -reí estúpidamente- pero en esta yo no te conozco y vos a mí tampoco así que -me le acerqué suavemente y susurré- no me jodas.
Estaba segura que si no lograba convencerla de que se callara con esas fuertes palabras no habría otra forma de lograrlo. Al parecer esa chica había nacido para hablar y para hacer oídos sordos porque siguió intentando interaccionar conmigo. Para mi pesar el trayecto a lo de Agus era bastante extenso y el tráfico no ayudaba en absoluto. Diana me contó que trabajaba como secretaria en un estudio de abogados y que vivía con su novio, incluso me dijo que hacía poco habían adoptado un cachorro y que andaba mal de salud. Era imposible callarla y si bien dentro de mí crecía la ira poco a poco comencé acostumbrarme a su chillante voz y a su sonrisa eterna. Miraba por la ventana mientras escuchaba el murmullo constante y esporádicamente escuchaba realmente lo que decía. No tenía música para ambientar el viaje pero tenía una radio prendida que no dejaría de funcionar ni aunque la arrojara contra la pared.

El silencio reinó y me tomó por sorpresa; podía notar que algo no andaba bien. Giré y la vi. Aquella joven llena de cosas para decir y de un espíritu fuerte y extrovertido había callado. Su cabeza miraba sus manos apoyadas sobre su regazo y aunque ella parecía querer evitarlo yo podía ver cómo algunas lágrimas recorrían su rostro y se perdían en la caída. No sabía qué hacer. Involucrarme con las personas no formaba parte de mi rutina pero sentía que debía ayudarla.
-¿Te sentís bien?
Apenas mis palabras fueron pronunciadas noté lo estúpidas que sonaban. Evidentemente no estaba bien y no había que ser un sabio para notarlo. No contestó mi idiota pregunta y yo me vi obligada a insistir. No era una posición cómoda pero me sentía peor sino hacía nada.
-¿Te pusiste mal por lo que te dije antes? -el sollozo casi imperceptible comenzó a ser cada vez más sonoro- A veces tengo mal carácter, disculpame.
-No... no es eso...
La fragilidad se sentía en el aire y yo sólo esperaba que nadie notara que había una joven llorando al lado mío. Cuando las personas ven gente que está triste suelen acercarse para molestar y yo no deseaba estar rodeada.
-No estoy pasando por un buen momento con mi familia...
-Me engañaste muy bien, tu vida pintaba bastante perfecta -sus ojos se abrieron y las lágrimas aumentaron-. No quise decir eso -froté mi frente comprendiendo en el lío en el cual me había metido, las relaciones sociales no eran mi fuerte pero aún así intentaba fingir que lo eran-. ¿Qué pasa con tu familia?
-Me peleé con mis padres y me fui de casa cuando me junté con Alejandro, mi novio -explicó-. Hace mucho que no los veo...
-Lo que daría yo por eso -susurré y palideció-. No escuchés todo lo que digo, ¿si?
-La semana que viene Ale tiene que hacerse unos estudios... Los médicos creen que tiene un tumor en el hígado...
-Es una situación complicada, Diana, pero tenés que ser fuerte.
-Ya lo sé, es sólo que me gustaría que mi familia estuviera conmigo para ayudarme con esto.
-Seguro tenés amigos que te pueden acompañar...
-Sí, pero no es lo mismo.
-Seguro que si les contás a tus papás qué está pasando te van a ayudar -mastiqué cada una de las palabras.
Mis palabras me hicieron gracia porque estaba repitiendo las pelotudeces que todos me habían dicho desde niña. Esas palabras me enfurecían por ser mentiras pero nada más cruzaba mi mente para decir. Por supuesto que confiaba en que sus padres no fueran tan ajenos como los míos pero no podía saberlo con certeza.
-Quizás tengas razón -secó sus lágrimas y le sonreí.
Mi intención era que dejara de llorar y si con unas mentiras lo lograba estaba dispuesta a seguir mintiendo.
-Tenés que calmarte y hablar con ellos, seguro te van a apoyar -miré por dónde estábamos y noté que mi parada se esfumaba en la velocidad-. Disculpame pero me tengo que bajar.
Me dejó pasar y antes de que descendiera del colectivo se acercó y me entregó un papel.
-Gracias -sonrió honestamente-. Llamame si necesitás algo.
Un número escrito con una delicada caligrafía fue lo que ese viaje me dejó.

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