Pasado, presente, futuro. Tres caminos: una vida.

domingo, 19 de enero de 2014

7.03 - Johanna

-La orquesta está formada sobre todo por jóvenes, por adolescentes. Espero que eso no te moleste.
Johanna tuvo que esforzarse por no atragantarse con el té que tomaba. Dejó la taza sobre la mesita y alargó la mano para darle una palmadita a la de su interlocutor.
-Dan, le di clases de música a alumnos a los que les interesa saber sobre Beethoven tanto como les gusta escuchar que tienen una prueba. Creo que puedo manejar a jóvenes músicos...
Él asintió entre risas.
-Me había olvidado de tu carrera pedagógica.
-Bah, no es algo de lo que esté particularmente orgullosa. No creo ser una profesora... comprometida.
-Yo creo que sólo necesitás encontrar un proyecto que te atrape.
Daniel lo hacía de nuevo. Volvía a leerla como si sus sentimientos estuvieran escritos en su rostro. Las palabras de él podrían haber sido suyas, si se permitiera ese nivel de sinceridad. Era algo positivo en la mayoría de los casos, pero, en momentos como aquel, la hacía sentir débil y transparente. Era difícil acostumbrarse a ver su fragilidad expuesta a los ojos del mundo.
-Sí, puede que tengas razón- concedió, sin mirarlo a los ojos.
El silencio se filtró entre ellos y Johanna deseó ser capaz de abstraerse de la situación, como solía hacer antes. Aunque sabía que no era algo que pudiera evitar, depositar tanta confianza en una persona le generaba desconfianza y sospechas.
-Me parece que un tiempo a solas va a servir para que te concentres- dijo él, levantándose de su silla-. Hoy es un día importante y creo que yo sólo te pongo más nerviosa.
Ella asintió levemente. Él había interpretado correctamente (no podía ser de otra manera) su actitud, pero no quería hacerle notar, por segunda vez, que podía entenderla por completo. Admitirlo la hacía sentir cobarde e insegura.
-Te veo esta tarde.
Permaneció con la vista en el suelo hasta oír cómo la puerta se abría y se cerraba. La calma fue desplazándose por la casa como una niebla invisible pero perceptible. Sintió cómo su pulso se ralentizaba, cómo su respiración se estabilizaba y, sobre todas las cosas, cómo la paz expulsaba los temores por el futuro.
Con el sosiego sólo existía el presente. Sólo existía el frío de la mesa bajo sus dedos, el zumbido del silencio en sus oídos, la calidez de la luz que se filtraba por la ventana en sus párpados, el vaivén de su camisa siguiendo el ritmo de su respiración.
Durante aquel instante, el deseo de poder detener el tiempo y perpetuarse en el presente se intensificó como nunca antes. No tenía porqué salir, podía quedarse eternamente en ese oasis de calma y dedicarse exclusivamente a su música…
(-No soy una persona que agrade a la gente- le confesó, titubeante. Sabía que sus mejillas estaban tan enrojecidas que parecían prenderse fuego pero los ojos de Tomás permanecieron con el mismo brillo acogedor de siempre-. Las palabras me fallan, las sonrisas no me alcanzan… Por eso prefiero la música.
-Las palabras palidecen frente al mensaje de una melodía. Aún cuando parece que una oración de un libro no puede mejorarse, que dice todo de la mejor forma, que explica tus sentimientos sin que uno mismo sepa qué siente… aún así la música siempre lo supera: nos habla de maneras imposibles de decodificar, imposibles de describir con la escritura.
Lo observó con detenimiento. Hacía días que venía analizando la idea de que sus sentimientos hacia Tomás habían cambiado, y siempre había concluido que no era más que un enamoramiento pasajero. Sin embargo, luego de haber escuchado esas palabras, supo que estaba irremediablemente enamorada, desde mucho tiempo atrás.
-La música tiene su lenguaje. Y habla a través de nosotros- continuó él, mientras acariciaba las cuerdas de su guitarra-. Y eso quiero que escuches. Quiero que escuches lo que cada melodía te dice y que toques según lo que te haga sentir. Es la manera más auténtica, más apasionada de tocar un instrumento. No con nuestros dedos o con nuestros labios, sino con nuestro corazón.)
No. Tenía que salir. No podía volver a encerrarse detrás de los barrotes de su propio miedo. Daniel no era Tomás y ella ya no era la ingenua chica que había aceptado esconderse de todo el mundo, menos de su profesor.
Había aceptado un trabajo y debía hacerse cargo de su decisión. Y no podía desilusionar a Daniel, a la persona que le había devuelto su pasión, sus ganas y sus deseos de empezar cosas nuevas. Debía asomarse y ver qué tenía preparado el destino para ella.
Esforzándose por borrar el recuerdo de su mente, rebuscó entre sus papeles hasta encontrar varias piezas fáciles. Las ensayó rápidamente en el piano y, rápidamente, una sonrisa se extendió por su rostro. Daniel recordaría aquellas obras. Habían marcado el comienzo de su carrera y hoy marcarían el comienzo de una nueva etapa en la de ella.
Siguió practicando y haciendo pequeñas anotaciones en las partituras hasta que el reloj del comedor le avisó que debía preparase para ir.
+++

Entró a la sala de ensayo conteniendo el aliento. Daniel ya se encontraba allí y estaba sentado junto a un numeroso grupo de jóvenes. Todos estaban atentos a una historia (jamás había podido lograr que sus alumnos la escucharan así) que él les estaba contando y estaban tan concentrados que Johanna puso todo su esfuerzo en no interrumpir el momento.
Sin embargo, apenas se acercó al escenario, todos los ojos se volvieron hacia ella. Daniel sonrió ampliamente (como siempre) y le indicó con señas que subiera a la pequeña tarima.
-Ella es su nueva profesora y directora, Johanna Herrera- la presentó. Pasó su brazo derecho por sus hombros y la estrechó-. Ella es la responsable de que mis dedos puedan tocar a Chopin.
Todos lanzaron ruidosas carcajadas y Johanna pudo sentir como el ambiente se distendía. Cada uno de sus alumnos se fue presentando y ocupando sus respectivos lugares. Cuando todos estuvieron en sus posiciones, Daniel se acercó y le tendió una carpeta azul.
-Esta es la primera obra que me gustaría que toquen. Sos libre de arreglar, modificar o cambiar lo que necesites. Tenés toda mi confianza.
La amable sonrisa tan propia de él no se había borrado ni un segundo de su cara y Johanna intentó buscar las palabras adecuadas para agradecerle pero, como siempre, sólo brotaron oraciones inconexas:
-Esto es… No puedo creerlo… Después de tanto…
-Es mi muestra de agradecimiento por esos años que me dedicaste. Creo que no sos consciente de tu talento para enseñar.
-Espero que tengas razón. Estos chicos parecen ansiosos… sólo espero estar a la altura.
Daniel se acercó y la estrechó con suavidad.
-Ya vas a ver que te van a admirar tanto como yo lo hice y hago.
Dicho esto, saludó a viva voz a los chicos y dejó a Johanna parada frente a sus nuevos alumnos, sin saber qué decir. Ella respiró profundamente varias veces hasta calmarse y luego abrió la carpeta que Daniel le había dejado. Era la obra que habían escuchado la última noche en el teatro. No pudo contener una sonrisa. Conocía los arreglos y estaba casi segura que la melodía principal había sido la primera composición que ella lo había ayudado a crear.
Descubrir esos pequeños retazos de pasado la llenaron de confianza y pronto pudo pronunciar sus primeras palabras:
-Dado que ustedes se presentaron voluntariamente para formar parte de esta orquesta, voy a asumir que su relación con la música es especial.
Un murmuro de afirmación recorrió al grupo y varios asintieron.
-Siempre creí que la música es algo que existe más allá de cualquier diferencia que pueda separar a las personas. Atraviesa a todas las almas, de distintas maneras, por supuesto, pero todas tienen ese carácter misterioso e ininteligible que todos reconocen pero que ninguno es capaz de explicar.
Todas las miradas estaban puestas en su rostro. Sabía que aquellos chicos estaban tan llenos de sueños y esperanzas como ella había estado, años atrás. Dejando que una pausa acrecentara la tensión, tomó su violín y dejó que sus manos hablaran por ella. Tocó varias de las obras que había traído y, finalmente, leyó la melodía de la obra de Daniel.
Al terminar, pudo notar que muchos sonreían y que ya habían tomado sus instrumentos.
-Mi objetivo con esta orquesta no es que toquemos las piezas con precisión académica. Eso se logra con práctica y dedicación- se acercó a los jóvenes y les repartió copias de las partituras que había traído-. Yo quiero que toquen dejando el alma en las cuerdas, en los parches, en las teclas, en los metales. Ustedes tienen en sus manos objetos inanimados, opacos. Mi meta es que sientan cómo la música los llena de vida, tanto a ellos como ustedes.
Luego de dejar la última copia, se acercó al atril que estaba dispuesto frente a todos. Acomodó sus partituras en silencio y sonrió:
-¿Están listos?
Todos asintieron con fervor.

-Entonces, dejemos que la música hable.

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