-La orquesta
está formada sobre todo por jóvenes, por adolescentes. Espero que eso no te
moleste.
Johanna tuvo
que esforzarse por no atragantarse con el té que tomaba. Dejó la taza sobre la
mesita y alargó la mano para darle una palmadita a la de su interlocutor.
-Dan, le di
clases de música a alumnos a los que les interesa saber sobre Beethoven tanto
como les gusta escuchar que tienen una prueba. Creo que puedo manejar a jóvenes
músicos...
Él asintió entre
risas.
-Me había
olvidado de tu carrera pedagógica.
-Bah, no es
algo de lo que esté particularmente orgullosa. No creo ser una profesora...
comprometida.
-Yo creo que
sólo necesitás encontrar un proyecto que te atrape.
Daniel lo
hacía de nuevo. Volvía a leerla como si sus sentimientos estuvieran escritos en
su rostro. Las palabras de él podrían haber sido suyas, si se permitiera ese
nivel de sinceridad. Era algo positivo en la mayoría de los casos, pero, en
momentos como aquel, la hacía sentir débil y transparente. Era difícil
acostumbrarse a ver su fragilidad expuesta a los ojos del mundo.
-Sí, puede
que tengas razón- concedió, sin mirarlo a los ojos.
El silencio
se filtró entre ellos y Johanna deseó ser capaz de abstraerse de la situación,
como solía hacer antes. Aunque sabía que no era algo que pudiera evitar,
depositar tanta confianza en una persona le generaba desconfianza y sospechas.
-Me parece
que un tiempo a solas va a servir para que te concentres- dijo él, levantándose
de su silla-. Hoy es un día importante y creo que yo sólo te pongo más nerviosa.
Ella asintió
levemente. Él había interpretado correctamente (no podía ser de otra manera) su actitud, pero no quería hacerle
notar, por segunda vez, que podía entenderla por completo. Admitirlo la hacía
sentir cobarde e insegura.
-Te veo esta
tarde.
Permaneció
con la vista en el suelo hasta oír cómo la puerta se abría y se cerraba. La
calma fue desplazándose por la casa como una niebla invisible pero perceptible.
Sintió cómo su pulso se ralentizaba, cómo su respiración se estabilizaba y,
sobre todas las cosas, cómo la paz expulsaba los temores por el futuro.
Con el
sosiego sólo existía el presente. Sólo existía el frío de la mesa bajo sus
dedos, el zumbido del silencio en sus oídos, la calidez de la luz que se
filtraba por la ventana en sus párpados, el vaivén de su camisa siguiendo el
ritmo de su respiración.
Durante aquel
instante, el deseo de poder detener el tiempo y perpetuarse en el presente se
intensificó como nunca antes. No tenía porqué salir, podía quedarse eternamente
en ese oasis de calma y dedicarse exclusivamente a su música…
(-No soy una persona que agrade a la gente- le confesó,
titubeante. Sabía que sus mejillas estaban tan enrojecidas que parecían
prenderse fuego pero los ojos de Tomás permanecieron con el mismo brillo
acogedor de siempre-. Las palabras me fallan, las sonrisas no me alcanzan… Por
eso prefiero la música.
-Las palabras palidecen frente al mensaje de una
melodía. Aún cuando parece que una oración de un libro no puede mejorarse, que
dice todo de la mejor forma, que explica tus sentimientos sin que uno mismo
sepa qué siente… aún así la música siempre lo supera: nos habla de maneras
imposibles de decodificar, imposibles de describir con la escritura.
Lo observó con detenimiento. Hacía días que venía
analizando la idea de que sus sentimientos hacia Tomás habían cambiado, y
siempre había concluido que no era más que un enamoramiento pasajero. Sin
embargo, luego de haber escuchado esas palabras, supo que estaba
irremediablemente enamorada, desde mucho tiempo atrás.
-La música tiene su lenguaje. Y habla a través de
nosotros- continuó él, mientras acariciaba las cuerdas de su guitarra-. Y eso
quiero que escuches. Quiero que escuches lo que cada melodía te dice y que
toques según lo que te haga sentir. Es la manera más auténtica, más apasionada
de tocar un instrumento. No con nuestros dedos o con nuestros labios, sino con
nuestro corazón.)
No. Tenía que
salir. No podía volver a encerrarse detrás de los barrotes de su propio miedo.
Daniel no era Tomás y ella ya no era la ingenua chica que había aceptado
esconderse de todo el mundo, menos de su profesor.
Había
aceptado un trabajo y debía hacerse cargo de su decisión. Y no podía
desilusionar a Daniel, a la persona que le había devuelto su pasión, sus ganas
y sus deseos de empezar cosas nuevas. Debía asomarse y ver qué tenía preparado
el destino para ella.
Esforzándose
por borrar el recuerdo de su mente, rebuscó entre sus papeles hasta encontrar
varias piezas fáciles. Las ensayó rápidamente en el piano y, rápidamente, una
sonrisa se extendió por su rostro. Daniel recordaría aquellas obras. Habían
marcado el comienzo de su carrera y hoy marcarían el comienzo de una nueva
etapa en la de ella.
Siguió
practicando y haciendo pequeñas anotaciones en las partituras hasta que el
reloj del comedor le avisó que debía preparase para ir.
+++
Entró a la
sala de ensayo conteniendo el aliento. Daniel ya se encontraba allí y estaba
sentado junto a un numeroso grupo de jóvenes. Todos estaban atentos a una
historia (jamás había podido lograr que
sus alumnos la escucharan así) que él les estaba contando y estaban tan
concentrados que Johanna puso todo su esfuerzo en no interrumpir el momento.
Sin embargo,
apenas se acercó al escenario, todos los ojos se volvieron hacia ella. Daniel
sonrió ampliamente (como siempre) y
le indicó con señas que subiera a la pequeña tarima.
-Ella es su
nueva profesora y directora, Johanna Herrera- la presentó. Pasó su brazo
derecho por sus hombros y la estrechó-. Ella es la responsable de que mis dedos
puedan tocar a Chopin.
Todos
lanzaron ruidosas carcajadas y Johanna pudo sentir como el ambiente se
distendía. Cada uno de sus alumnos se fue presentando y ocupando sus
respectivos lugares. Cuando todos estuvieron en sus posiciones, Daniel se
acercó y le tendió una carpeta azul.
-Esta es la
primera obra que me gustaría que toquen. Sos libre de arreglar, modificar o
cambiar lo que necesites. Tenés toda mi confianza.
La amable
sonrisa tan propia de él no se había borrado ni un segundo de su cara y Johanna
intentó buscar las palabras adecuadas para agradecerle pero, como siempre, sólo
brotaron oraciones inconexas:
-Esto es… No
puedo creerlo… Después de tanto…
-Es mi
muestra de agradecimiento por esos años que me dedicaste. Creo que no sos
consciente de tu talento para enseñar.
-Espero que
tengas razón. Estos chicos parecen ansiosos… sólo espero estar a la altura.
Daniel se
acercó y la estrechó con suavidad.
-Ya vas a ver
que te van a admirar tanto como yo lo hice y hago.
Dicho esto,
saludó a viva voz a los chicos y dejó a Johanna parada frente a sus nuevos
alumnos, sin saber qué decir. Ella respiró profundamente varias veces hasta
calmarse y luego abrió la carpeta que Daniel le había dejado. Era la obra que
habían escuchado la última noche en el teatro. No pudo contener una sonrisa. Conocía
los arreglos y estaba casi segura que la melodía principal había sido la
primera composición que ella lo había ayudado a crear.
Descubrir
esos pequeños retazos de pasado la llenaron de confianza y pronto pudo
pronunciar sus primeras palabras:
-Dado que
ustedes se presentaron voluntariamente para formar parte de esta orquesta, voy
a asumir que su relación con la música es especial.
Un murmuro de
afirmación recorrió al grupo y varios asintieron.
-Siempre creí
que la música es algo que existe más allá de cualquier diferencia que pueda
separar a las personas. Atraviesa a todas las almas, de distintas maneras, por
supuesto, pero todas tienen ese carácter misterioso e ininteligible que todos
reconocen pero que ninguno es capaz de explicar.
Todas las
miradas estaban puestas en su rostro. Sabía que aquellos chicos estaban tan
llenos de sueños y esperanzas como ella había estado, años atrás. Dejando que
una pausa acrecentara la tensión, tomó su violín y dejó que sus manos hablaran
por ella. Tocó varias de las obras que había traído y, finalmente, leyó la
melodía de la obra de Daniel.
Al terminar,
pudo notar que muchos sonreían y que ya habían tomado sus instrumentos.
-Mi objetivo
con esta orquesta no es que toquemos las piezas con precisión académica. Eso se
logra con práctica y dedicación- se acercó a los jóvenes y les repartió copias
de las partituras que había traído-. Yo quiero que toquen dejando el alma en
las cuerdas, en los parches, en las teclas, en los metales. Ustedes tienen en
sus manos objetos inanimados, opacos. Mi meta es que sientan cómo la música los
llena de vida, tanto a ellos como ustedes.
Luego de
dejar la última copia, se acercó al atril que estaba dispuesto frente a todos.
Acomodó sus partituras en silencio y sonrió:
-¿Están listos?
Todos
asintieron con fervor.
-Entonces, dejemos
que la música hable.
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